La película de Miguel Ángel Jiménez resulta poco inquietante como cinta de terror y nunca logra emocionar como drama familiar.
El realizador Miguel Ángel Jiménez irrumpió en el panorama del cine español con Ori y Chaika, dos duros dramas que tenían lugar en las antiguas repúblicas soviéticas. Quizá por esa razón resulte tan extraño que The Night Watchman. La mina, su tercer largometraje, sea un filme de terror ambientado en Kentucky.
En esta ocasión, la película sigue los pasos de un hombre que vuelve a su hogar después de pasar varios años en la sombra. Allí se encontrará con su hermano, que ahora es pastor de una pequeña comunidad; una esposa que le guarda algo de rencor y un hijo sordo. Pronto comenzará a trabajar como guardián nocturno de la mina donde trabajó su padre, una vieja explotación donde ocurren extraños sucesos.
El cineasta y su coguionista, Luis Moya, parecen empeñados en vincular su filme con lo que se ha denominado el gótico americano, expresión que se ha utilizado para calificar películas de terror que tienen lugar en las áreas rurales del país de las barras y estrellas. En la mayoría de los casos nos encontramos con producciones ambientadas en comunidades muy cerradas y alejadas de las de los núcleos urbanos, donde reina la superstición y se han subvertido una serie de valores más o menos establecidos en la sociedad moderna. Fruto de esta falta de moralidad son los seres anormales que pueblan estas cintas, que parecen un castigo de Dios por los pecados de sus progenitores. Los ejemplos más clásicos de estos individuos deformes son el asesino de la sierra mecánica, más conocido como Leatherface, de La matanza de Texas, o el inquietante discapacitado mental de Defensa (Deliverance).
Lástima que el realizador se encuentre muy lejos de la calidad de sus principales referentes y no parezca tener muy claro que largometraje quiere ofrecer. Por un lado, recurre a algunos golpes de efecto y sustos propios del horror palomitero, pero parece más interesado en desarrollar el tormentoso triángulo sentimental que forman el protagonista, su hermano y la esposa del primero. Curiosamente, a pesar de dedicar gran parte del metraje a explicar los traumas de cada uno de ellos, ninguno de sus problemas acaba de calar en el espectador. Tampoco el deficiente trabajo del reparto ayuda a elevar el interés general de la propuesta. Por otra parte, el cineasta madrileño desperdicia el siempre sugerente decorado de la mina al otorgarle menos protagonismo de lo que podría parecer a primera vista por el título castellano.
En resumen, The Night Watchman. La mina acaba siendo un producto híbrido que nunca triunfa en el campo del terror, pero tampoco en el del melodrama. No obstante, sería injusto pasar por alto que su director logra crear una atmósfera malsana, a la que contribuye especialmente la fotografía de Gorka Gómez Andreu.
La película es de horror, de puro mala que es, es horrorosa. Qué penilla…