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Steve McQueen ofrece una obra menor que apuesta adecuadamente por un tono íntimo donde brillan sus dos actores protagonistas.
El director Steve McQueen ha desarrollado a lo largo de su carrera una especial preocupación por abordar el racismo que ha tenido que soportar historicamente la población negra, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña. Ahí están para demostrarlo un largometraje del impacto de 12 años de esclavitud, la serie documental Uprising o los telefilmes agrupados dentro del epígrafe Small Axe.

Blitz, el filme que estrena la plataforma Apple TV+ a escala mundial, se podría considerar temáticamente una particular precula de estos últimos. Si en aquellos se analizaba la situación de los afrodescendientes en la capital del Támesis durante los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, aquí asistimos a la particular odisea de un niño mestizo londinense que intenta volver a casa después de que su madre le haya mandado a un campamento para lograr que sobreviva a los bombardeos nazis de la capital británica durante la Segunda Guerra Mundial.
El particular viaje de este pequeño, hijo de un hombre negro y una mujer blanca, servirá para que el chaval tome conciencia de su situación en una sociedad como la inglesa que, a la vez que luchaba contra el régimen de Hitler, segregaba a todos aquellos que no tuvieran la tez pálida y provinieran de las colonias de lo que había sido su gran imperio. A la vez, el filme muestra las miserias de los conflictos bélicos desde la mirada inocente de un menor sobreprotegido que dará contra su voluntad un primer paso a la vida adulta.

En su trabajo más clásico hasta la fecha, McQueen se centra en el prodigioso trabajo con los actores, donde destacan una soberbia Saoirse Ronan, como la mater amatísima del crío protagonista, y una no menos increíble interpretación del jovencísimo Elliott Heffernan, en la piel del chico que sobrevive a un viaje que supondra un antes y un después de su existencia. En su inocente mirada reside gran parte de la emoción de Blitz. El director da al conjunto un tono íntimo que se aleja de la grandilocuencia de las películas bélicas, aunque se beneficia del siempre admirable diseño de producción y la ambientación propias del cine de época británico.
Quizá algunos le puedan reprochar, además de un metraje algo excesivo, que el filme no quiera ir más allá de ser una obra pequeña y sentimental, pero el cineasta ha preferido en este caso optar claramente por un tono más menor que en otros trabajos más ambiciosos del autor de Shame.
