lunes , enero 20 2025

Crítica de «Nosferatu». Un vampiro al servicio del «elevated horror»

Crítica de "Nosferatu"

Robert Eggers, director de «El faro» y «El hombre del norte«, estrena la adaptación de «Nosferatu» en la que lleva trabajando más de una década.

Han pasado ya diez años desde que Robert Eggers se estrenó como director con «La bruja«, aquella aterradora cinta con la que muchos nos acercamos por primera vez al ahora tan desgastado “elevated horror”. Esta etiqueta hace referencia a películas que, siendo claramente de terror, tienen un gran interés estético y formal o incluso tienen una importante dimensión social y política. Y ahora, en el ocaso de esta moda cinematográfica, Eggers estrena la más clásica de sus obras hasta el momento: un remake de la centenaria «Nosferatu» que se lleva perfectamente a su terreno y que a su vez es la más accesible y mainstream de su filmografía.

Al contrario de a lo que nos tiene acostumbrados Eggers, la película no es un asfixiante ejercicio de cine experimental. «El hombre del norte«, su anterior cinta, ya se alejaba de los guiones con una sola localización, pero sin abandonar su capacidad de arrinconar al espectador. «Nosferatu» sigue la misma senda, la del cine en el que el ambiente no es el protagonista y la historia tiene peso, no solo truco. Aún así, seguimos hablando de una película llena de recursos estilísticos que superan a su parte literaria.

Lo más destacable de la cinta es su dimensión formal y estética. El segundo remake de «Nosferatu«, después de la primera adaptación que hizo Werner Herzog en 1979, está justificado por el regalo visual que aporta a la ya centenaria tradición vampírica. Aunque no de una forma tan clara como en «El faro» o «La bruja«, el diseño de sonido vuelve a ser una pieza clave del puzzle claustrofóbico que supone la película. El bosque, el frío y las ratas se ven pero sobre todo se oyen, al igual que la voz de ultratumba de Bill Skarsgård en el papel de «Nosferatu», a quien no podemos ver con claridad hasta prácticamente la mitad del film y de quien ha sorprendido que lleve bigote.

A pesar de estar rodada en 35mm, el color sufre una evolución inconsistente similar a la del digital cuando no se corrige, pasando del azul de la noche, los tonos fríos, a prácticamente un blanco y negro que, si bien se puede entender a nivel narrativo y como guiño a la original de 1922, confunde.

Otro aspecto en el que quizás flaquee la película es el de los actores y sus interpretaciones. La interpretación de Lily-Rose Deep en el papel de Ellen, la esposa del joven encargado de ir a visitar al vampiro a su residencia, es cargante por lo repetitivo de sus convulsiones y excentricidades. Además, en esta película el director vuelve a contar (por tercera vez consecutiva) con Willem Dafoe en el reparto. Sin embargo, el ya mítico colaborador de Eggers aparece con una interpretación que explota la tensa burbuja que se ha construido durante la primera mitad de la película.

Y es que, a la hora de dirigir actores en espacios pequeños y con guiones extravagantes, Robert Eggers no parece tener ningún problema. Sin embargo, da la sensación de que en las películas con más actores y con una forma más convencional esta faceta se le hace cuesta arriba.

Acerca de Gonzalo Mozas Martín

Estudiante de periodismo y amante (a ratos enemigo) del séptimo arte.

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