A posteriori, con el sueño recuperado y sin el bullicio ni el ritmo frenético que muchas veces impone el festival (o el que a veces se autoimpone uno mismo), repasaremos las películas más importantes que han pasado por el Festival de Sitges en esta 45ª edición del festival a través de varios volúmenes que iremos publicando durante los próximos días. Con esta primera entrega comenzamos revisando lo que ha dado de sí la producción catalana y española presente en la programación, ya que es una de las principales apuestas del festival y, sobre todo, porque este año justamente destaca por un repertorio de películas importantes y de gran calidad.
Entre las más recomendables no estaría la película inaugural, pero la producción de Rodar y Rodar y Antena 3 Films reúne las características que en los últimos años se han dado para la película destinada a abrir el festival. El Cuerpo es la ópera prima de un director joven, Oriol Paulo (guionista de Los Ojos de Julia), es de producción catalana y sale Belén Rueda, actriz que en los últimos cuatro años ha sido una habitual del primer día, a excepción del año pasado con Eva.
El Cuerpo es una película de guionista, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva. Oriol Paulo firma un libreto complejo, con un misterio que se va desentrañando poco a poco con suma precisión. El gran problema es la inexperiencia de Paulo como director y el extremo cuidado con el que aporta información a través de las imágenes para dar sentido al conjunto sin que ningún espectador se pierda detalle. Esta precaución constante provoca que durante toda la película haya un exceso de información que la convierte en un relato redundante, con un gran número de planos innecesarios (hay hasta tres al principio que nos dicen que Coronado es policía), escenas reiterativas y un uso abusivo de flashbacks. Y total, cualquier espectador que en vez de dejarse llevar se fije en la película podrá ver (porque es realmente explícito) el final de la película antes de la primera hora de metraje.
A favor hay que decir que el reparto protagonista está a muy buen nivel (pese a que Jose Coronado protagoniza el plano lamentable del año), especialmente Hugo Silva, y es justo decir que si bien la crítica quedó contrariada tras la proyección de la mañana, el público le dio una calurosa acogida en los dos pases de la noche.
Seguimos con otra película que deja un sabor amargo, en este caso por la falta de ambición de la propuesta a la hora de tratar la historia que cuenta, hecho que evita que sea una película solvente en vez de una película importante. Hablamos de Invasor, de Daniel Calparsoro, la primera película española que habla abiertamente de la intervención de nuestro país en la guerra de Iraq a través de un thriller de acción que implica a dos soldados que vuelven a casa y se les pide que escondan un gran secreto que comprometería la credibilidad de la gestión militar. Básicamente, el director catalán se disfraza de Paul Greengrass y hace su propia versión de The Green Zone, dando como resultado un film de acción de alta factura y, además, con discurso. La pena es que la historia es suficientemente potente como para poner el listón más alto y, además, deja la sensación de que el estilo deliberadamente yankee de la película traza una frontera con el espectador y provoca que Invasor sea poco cercana a pesar de hablar de una posible realidad de aquí.
La que sí que resulta cercana y espectacular a todos los niveles ya la conoceréis todos, se trata de Lo Imposible, la nueva y esperada película de J.A. Bayona que ha batido todos los récords de la taquilla española este pasado fin de semana. El director catalán quiso presentar en Sitges, festival que le sirvió de trampolín hace unos años y que siente como su propia casa, el trabajo que lo va a consolidar a nivel internacional como uno de los mejores narradores del panorama actual (hay mucho de Spielberg en su forma de contar la historia), pues se desenvuelve con soltura con grandes presupuestos, sabe sacar lo que necesita de sus actores (especialmente inspirado está el debutante Tom Holland) y, lo más importante, genera magnetismo allá donde va. Lo Imposible es todo corazón, pero sobre todo es un prodigio a nivel técnico (primero por sus efectos visuales, pero lo más impresionante es la edición de sonido). Es una lástima que Bayona no haya adoptado una postura más autoral y hubiera aprovechado el filón de una historia real tan potente para generar un discurso de fondo en la película, aunque esta es una opinión personal, ya que es perfectamente lícita la opción del director de centrarse en la epopeya familiar y ens su vertiente positiva, a pesar de ser un drama. Sea como sea, ese derroche de buenos sentimientos y el hecho de ser una película todo terreno, podrían hacer que Lo Imposible diera más de una campanada en la próxima edición de los Oscars.
Con el permiso de Bayona, las dos producciones nacionales más importantes que nos ha dejado el Festival de Sitges son dos películas catalanas, El Bosc e Insensibles, ambas con Àlex Brendemühl y ambas con una propuesta que combina la Guerra Civil con un elemento fantástico que sirve de catalizador.
El Bosc, de Óscar Aibar, está inspirado en un cuento de 8 páginas de Albert Sánchez Piñol y cuenta, de forma muy local -de hecho casi toda la acción transcurre en una masía aislada- , el efecto de la Guerra Civil sobre la vida cotidiana. El sujeto principal es el viaje emocional y personal de Dora (Maria Molins) que, sin moverse de su casa, vive a través de la itinerancia de otros personajes -especialmente de los tres hombres de su vida- el efecto nocivo de la guerra entre amigos y vecinos, una batalla etérea sin villanos en el que los grandes males son sentimientos tan primarios como el odio, la envidia, el amor en su vertiente más posesiva y la intolerancia. El elemento fantástico de un mundo bucólico de otra dimensión sirve para poner el contrapunto idealista en fuera de campo y de una manera incluso irónica en el último tramo de la película. El Bosc no es tan vistosa como El Laberinto del Fauno, pero es mejor película porque adopta una perspectiva mucho más madura. Reflexiona sobre la valentía, arroja un profundo desencanto sobre las lecciones aprendidas desencanto sobre las lecciones aprendidas y destruye los ideales utópicos con una contundencia sutil.
De todas maneras, la mejor película española vista en Sitges y, de hecho, una de las mejores de todo el festival es Insensibles, de Juan Carlos Medina. El tratamiento que hace de la memoria histórica es ejemplar porque basa su discurso en la necesidad de hacer las paces con el pasado, pero no a través del olvido, sino mirándolo directamente a los ojos aunque esconda secretos de lo más oscuros. Además, el eje vertebral de la trama es algo tan humano como el dolor, entendido como un puente necesario entre el ser humano y su entorno, pues es vital la experiencia empírica que obtenemos a través del dolor para entender el mundo que nos rodea. El protagonista de Insensibles no conoce este dolor y se convierte en un individuo aislado dentro de la propia realidad. El némesis que en él se genera es un horror sin maldad (al igual que Frankenstein) porque su destino ha sido forjado por la influencia de los demás (aquí es donde entra el mal de la guerra) y su posibilidad de redención en el poético final de la película cierra una historia multicapa extraordinariamente bien contada. El aplauso de crítica y público a Insensibles fue sonoro y unánime, así que es uno de los estrenos venideros que merece la pena apuntarse.
Para terminar el repaso a la oferta española de Sitges, me gustaría mencionar dos películas que formaban parte de la sección Noves Visions Discovery, en la que se proyectaban creaciones más pequeñas, personales y también más arriesgadas.
Mi loco Erasmus es un documental sobre un tipo que quiere hacer un documental sobre los erasmus en Barcelona. Se trata de una hilarante propuesta de ficción sobre realidad sobre ficción sobre realidad (lo cualifico así porque no hay ningún nombre para identificar este género) en el que el creador y su obra se funden en una espiral de creciente y descacharrante locura que no podría dejar un recuerdo más agradable después de su visionado.
En la misma línea está Qué pelo más guay, película inspirada en una pieza teatral que parte de dos atracadores que se refugian en una peluquería que esconde una puerta que permite viajar en el tiempo. La excusa del viaje temporal se utiliza de forma brillante para mostrar lo que hay entre bambalinas, deconstruir el espacio ficticio y desarrollar una historia argumentalmente sencilla de una forma conceptualmente compleja. Si se hubiera intentado hacer una película más seria en vez de construirla a través de pequeños gags, estaríamos hablando de un film de culto.