Si algo diferencia el Festival de Sitges de otros festivales internacionales es la química que se genera con el público. Cada año, buena parte de la programación de Sitges está pensada para este público que acudirá al cine de manera puntual y que, al hacerlo, escogerá una de las maratones nocturnas o una película que asegure un momento festivo dentro de la sala. La segunda entrega sobre Sitges 2012, entonces, está dedicada a este tipo de películas que, independientemente de su calidad, tienen ADN jocoso y una voluntad abiertamente desatada.
En este sentido, la película que se ha convertido en un mito instantáneo de Sitges ha sido Dead Sushi, del máximo abanderado de la “japan madness”, Noboru Iguchi. El propio director subió al escenario del Auditori a presentar su película y nos invitó a todos a lanzar el grito de guerra “¡SUSHI!” cada vez que uno de los sushis zombies apareciera en la pantalla. Con este feedback, lo descabellado de la propuesta y los numerosos momentos cafres que tiene la película, el sushi definitivamente se convirtió en uno de los platos fuertes del festival.
En la misma maratón Japan Madness pudimos ver Sadako 3D, un film de terror japonés de plantilla (con la niña incluida) cuyo único atractivo son los logradísimos efectos 3D que te provocaban un sobresalto aunque vieras el susto a la milla.
De todas formas, el cineasta japonés ineludible en Sitges es, sin duda alguna, Takashi Miike. De las tres películas que presentaba este año, la más bien recibida fue For love’s sake, uno de sus experimentos vanguardistas que, en esta ocasión, es el resultado de mezclar romance de instituto, lucha de clases, artes marciales, animación y…musical. El tono que utiliza Miike es completamente desenfadado, utiliza los números musicales como gags y no tiene problemas para abrazar el espíritu low cost del film, aunque el hecho de parecer voluntariamente cutre contrasta con el hecho de que no lo sea, como lo demuestran las coreografía pegadizas que se pueden bailar (y que el público bailó) desde el asiento o un número musical que tiene lugar en un lavabo público. De todas maneras, el disfraz de divertimento que lleva For love’s sake, esconde detrás el cinismo del director a la hora de tratar temas como el amor bucólico o la lucha clasista ya que, en realidad, no hace una película de un romance, sino una película sobre las locuras que se hacen por amor, aunque el amor esté ausente.
Dejamos Japón y volvemos a occidente pasando por la luna, porque otra de las grandes películas-despiporre que hemos podido ver en Sitges es la de los nazis ocultos en la luna que vuelven para dominar la tierra, aka Iron Sky. La película de Timo Vuorensola (un auténtico showman, por cierto) es de las que provoca sensaciones encontradas, porque no es una gran película, pero tiene momentos que incluso hubiera firmado el propio Mel Brooks. De hecho, el humor político y algunos gags referenciales al cine de temática nazi (a El Gran Dictador, Teléfono Rojo o El Hundimiento, entre otras) ofrecen momentos brillantes, pero lamentablemente estos chistes esporádicos trascienden una película de entretenimiento llano. Además es curioso como se pueden distinguir las escenas que se rodaron con dinero de las que no porque, por quién no lo sepa y aunque no lo parezca, Iron Sky es un film barato que se pudo desarrollar gracias a una campaña de microfinanciamento a través del crowdfunding.
Esto nos lleva a las propuestas de mayor calidad de este grupillo desmadrado, que son sin duda la nueva película de un Don Coscarelli venido a menos, John dies at the end, y una de las más esperadas del festival, The Cabin in the Woods. Me resulta un poco desagradable hablar mal de John dies at the end porque lo pasé de miedo con su película, seguramente la que tiene el comienzo con más gancho de todas las proyectadas en Sitges, pero que se va desarrollando como una película risible y tramposa con su propia premisa. De todas maneras es una película que vale la pena descubrir por la celebración que hace del cine de serie B alocado.
The Cabin in the Woods, pero, es gallo de otro corral. Algunos se han atrevido a compararla con Scream por la propuesta revisionista que hace sobre los rudimentos del cine de terror, pero sinceramente, por muy brillante que sea como concepto, no creo que llegue ni mucho menos tan lejos. Lo que hace esta película es un trabajo conceptual remarcable al diseñar un escenario donde mostrar, de manera irónica, la estructura prácticamente ritual del cine de terror, pero lo hace sin desarrollar un discurso a su alrededor. Por esto The Cabin in the Woods termina siendo un entretenimento extraordinario cimentado en una idea original e inteligente, pero abre unos temas (la mayoría de los cuales piden una implicación directa del público) que ni siquiera se plantea desarrollar porque su apuesta, al fin y al cabo, es la diversión pura y dura.
Para terminar, hago una mención especial a la película simpática que jamás puede faltar en Sitges y que este año cae sobre Grabbers. Este film británico vive en la estela de Attack the Block, gran triunfadora el año pasado, y la premisa es la de una invasión alienígena en clave humorística, esta vez en un pequeño pueblo de la costa de Irlanda. Lo divertido de Grabbers es que su leitmotiv principal es fundir la premisa de ciencia-ficción con su leitmotiv principal: el estereotipo del irlandés borracho. De esta forma, llegamos a ver como una fiesta con barra libre en un pequeño pub se convierte en el escenario de una batalla para salvar a la humanidad. Una joia.