Hay un aire autoral y poético en “Un Amor Entre Dos Mundos” que la desmarca de la típica superproducción de ciencia ficción (y más aun teniendo en cuenta que sumando el elemento romántico, el tópico se suele multiplicar por cien – véase “The Host”). Las razones de su condición de rara avis hay que buscarlas en sus raíces: escrita y dirigida por el argentino Juan Diego Solanas y producida por la gente, por lo general respetuosa con el artista, de Francia o Canadá (y no por unos estadounidenses imbuidos de lógica comercial, como cabría esperar), el producto final es un puro caramelo visual (pensemos en los paisajes paradójicos de “Inception” casi sin parar durante hora y media) que, como mínimo, no trata al espectador como a un tonto que ha ido al cine a ver persecuciones y explosiones vacías. Pues no hay nada de esto (¡sorpresa!) en “Un Amor Entre Dos Mundos”, sino, simple y llanamente, amor. Para bien o para mal.
Jim Sturgess, habitante del pobre mundo “de abajo”, tiene que soportar encima de su cabeza otro planeta, el mundo “de arriba”, en el que la población vive mucho más holgadamente, gracias sobre todo a los combustibles que les sacan a los “de abajo”. Se trata de un punto de partida, como mínimo, complejo, que se ve completado por una serie de estrictas normas que el protagonista se dedica a recitar nada más comenzado el filme, mareando aún más (si los escenarios invertidos que parecen extraídos de un videojuego de última generación no lo han hecho ya) a aquel que sólo vaya al cine a evadirse un rato. Su amor por Kirsten Dunst (por si no lo habíais adivinado, habitante del mundo “de arriba”) se convierte, pues, en una especie de complicado juego sujeto a reglas sociales y físicas, cuyo desarrollo ocupa casi todo el metraje (sin aportar nada nuevo, en realidad).
Teniendo en cuenta su premisa, “Un Amor Entre Dos Mundos” quizás debería estar más cerca de la ciencia ficción política (en la línea de la también relativamente independiente “Dark City”) o al menos poética que de la historia particular de amor. Sobre todo porque abriéndose al maravilloso mundo que nos propone Solanas (esta dicotomía entre planeta rico y pobre, entre polos opuestos que acaban tocándose, en fin, todas las ramificaciones posibles de la dialéctica) se nos ofrecería al menos un interesante debate revelador de contradicciones (este mundo bipolar como reflejo del nuestro). Sin embargo, el filme navega entre los diversos incidentes de la (tópica, típica, refrito con final predecible) relación entre Sturgess y Dunst, proponiéndola finalmente como un “punto de inflexión” en las relaciones entre los dos mundos (revelador ese final en el que aparecen equilibrados, que abre el camino a secuelas/series de televisión/cromos infantiles) y dejando el maravilloso trasfondo oculto tras los devaneos sentimentales de los dos amantes.
Revelándose, pues, como una especie de “historia de prueba” de un mundo más amplio, en el que cabrían infinitas narraciones más, la película no llega a satisfacer porque sus ambiciones son pequeñas (y, dado el alto presupuesto, quizás uno pensaba que llegarían más alto) y su discurso bastante vacío más allá del típico “el amor triunfa sobre todo”. Teniendo en cuenta que nos encontramos en un mundo doble cuyas leyes físicas son bastante absurdas y en el que una gran corporación ha construido un rascacielos que conecta dos planetas, el espectador aceptaría rebajar la cuota de realidad a favor de lo épico; el problema es que el filme fracasa en este sentido y nunca llega a lo épico, acabando por narrarnos una historia íntima que no es, realmente, tan interesante.
Dejándose por el camino varios agujeros de guión (el cual se retuerce entre gravedades opuestas y mágicos materiales que se combinan infinitamente), los personajes avanzan frenéticamente (no hay tiempo para la reflexión en este amor, lo cual le quita bastante poesía al asunto) entre un mundo y otro, vigilados por una corporación aparentemente terrorífica pero que en ningún momento se nos presenta como verdadera amenaza (¿dónde está el villano carismático?), hacia un final predecible que cierra, como en toda buena historia de amor, las heridas previas y le da su merecido a los malos. No hacía falta generar una mitología tan rica sólo para narrar esto: veremos si este mundo doble no nos da más sorpresas en un futuro.
Una crítica de cine de Ricardo Jornet.