Su desenfado le beneficia: es una película de ritmo ochentero, despreocupada, que se permite ir a dónde le place.
Idolatrado en circuitos de serie B, Adam Wingard había experimentado con varios géneros (especialmente el del terror) hasta la presente The Guest, film pretendidamente inclasificable y que se erige en inexplicable ejercicio de funambulismo creativo, capaz de saltar de rama en rama genérica sin pudor ni complejos y de dirigirse hacia donde le da la real gana.
The Guest es capaz de ser, al mismo tiempo, un homenaje al cine de los ochenta, un telefilm de joven que erotiza a las féminas de su entorno, una revisitación de Terminator, un thriller familiar de infiltrado atractivo y un film de serie Z donde lo importante es salpicar las imágenes de violencia, muerte y destrucción.
Lo es todo y no es poco: es una mezcolanza nacida desde la desfachatez de los que proponen cine con una sonrisa nostálgica en la boca; una película que quiere divertirse consigo misma y que no pierde demasiado tiempo en justificar de qué va y lo qué quiere ser.
Si se fijan, bien poco metraje se destina a explicar lo que está pasando y su justificación. Muy poco. Aquí hay que disfrutar con la historia de un joven soldado que se mete en una familia escondiendo un secreto. Cuando se desvela, te das cuenta que era lo que menos importaba al director. Es como la frase manidísima de que la vida es el camino que se transita hasta alcanzar los sueños (uno de los grandes lugares comunes compartidos), igual. Aquí lo importante es que la historia tenga ritmo, se oiga buena música, se sugiera la vuelta al estilo y la liviandad de ese cine de los ochenta que quería pasárselo bien.
Y punto. No hay más. The Guest es un ejercicio de cine despreocupado, que busca su lugar en los festivales de cine bizarro y que, con una formulación posmoderna consigue recrearte aquel estilo de hacer, y de pensar, el cine de hace unas décadas.
De lo que va es lo de menos: lo importante es el buen rato, gracioso y distendido, que nos propone. Su buen rollo.
Lo mejor: Que sea capaz de sostener su propuesta con rictus serio
Lo peor: Que es tan ligera que se pierde en tu mente a los cinco minutos.