Puntuación:
El largometraje de Panos Cosmatos no deja de ser un curiosísimo pastiche que bebe sin ningún remilgo del cine de David Lynch, la saga 'Mad Max', la algo olvidada 'Heavy Metal' y las clásicas películas de venganzas.
Hay películas que parecen nacidas para ser objeto de culto casi instantáneo. Es el caso de Mandy, el segundo largometraje de Panos Cosmatos, el hijo del realizador George P. Cosmatos, el autor de Rambo. La cinta, que ha sido aplaudida en casi todos los festivales donde ha sido proyectada, combina una cuidada estética con una trama pulp de venganza y sectas destructivas. Por otro lado, mientras su primera mitad apuesta por un tono sosegado y contemplativo, la segunda es un festín de violencia y sangre que no le hace ascos al gore.
El largometraje es un producto que se siente orgulloso de su condición de rara avis. Parece como si quisiera contentar a los cinéfilos exquisitos que adoran las obras de género que van más allá del mero entretenimiento y a todos aquellos fans incondicionales que prefieren el divertimento más festivo. Cosmatos ofrece a los primeros un espectáculo visual muy vistoso. Gracias a la fotografía sucia y colorida de Benjamin Loeb, el realizador otorga al conjunto un tono de pesadilla verdaderamente sugerente. Una atmósfera enrarecida que refuerza más si cabe la magistral banda sonora del desaparecido Jóhann Jóhannsson, que logra una música que mezcla sin problemas elementos del rock sinfónico setentero con otros propios del post-rok de bandas como Mogwai. Sin ninguna duda, ambos apartados suponen el aspecto más logrado del filme.
No obstante, el autor de Beyond The Black Rainbow decide decantarse en la segunda parte por un estilo desquiciado y sangriento que encuentra en la histriónica interpretación de un desatado Nicolas Cage su mejor aliado. Cosmatos y el actor estadounidense se regodean en las luchas y optan por convertir la película en una orgía de hemoglobina y vísceras. Todo ello regado con algunas líneas de diálogo ridículamente altisonantes y un desenlace que puede provocar el sonrojo de algún espectador.
Sin ninguna duda, Mandy destaca en el adocenado cine de género, aunque el resultado diste mucho de ser esa obra maestra que han proclamado muchos. Al fin y al cabo, el filme no deja de ser un curiosísimo pastiche que bebe sin ningún remilgo del cine de David Lynch, la saga Mad Max, la algo olvidada Heavy Metal y las clásicas películas de venganzas. El cóctel resulta atractivo, aunque también sea demasiado irregular como para ser considerado como un trabajo redondo.