Puntuación:
Mundos distantes y muy diferentes se unen para que cada uno comprenda y reflexione sobre el contrario, esa vida misma que a cada hora sucede habitualmente y que nadie es consciente hasta que le toca. La vida misma está contextualizada en un escenario de luces y sombras, pero con la verdad de los sentimientos, de las emociones y de la necesidad de sentir en corazón y cuerpo, todo por medio de la sencillez de escenas y conversaciones que encierran dolor, pero también amor por la vida en toda su extensión de la palabra.
Podríamos decir que el cine ya ha retratado de distintas maneras y visiones las dictaduras existentes mundialmente a lo largo de los años. Una forma de no dejar morir la memoria de aquellos que lucharon en unos tiempos de represión y por sus convicciones. De la mano de Gonzalo Justiniano nos viene una historial dura, y real de la dictadura chilena con una mirada objetiva, sobria e intimista: La Francesita.
Gladys vive en Poblado de La Victoria en Chile, en unos años convulsos de su país, 1983. Es joven, valiente y con gran carácter que se rebela ante la represión de la dictadura de Pinochet. Su apodo es La Francesita, que vive con su madre y su hija. Ambas cuidan de mujeres que están desprotegidas y a su casa llegará Samuel Thompson, un joven misionero norteamericano que quiere difundir la palabra de Dios en un lugar distante al suyo.
La francesita (Cabros de Mierda) aporta tintes diferentes, aunque puede que no novedosos, al estar enfocada gran parte del metraje desde la mirada de un niño, de su infancia y su interpretación del mundo que le rodea.
Aunque La francesita recree la vida de Gladys, personalmente lo que más me cautivo es que la mirada está centrada en ese niño que vive con ella, en la inocencia que trasmite a través de sus ojos, de su búsqueda de la verdad pero sin dejarla salir por sus miedos internos, y como su fantasía le hace sobrellevar lo que le rodea, pero todo casi sin darse cuenta ni él ni el resto.
Al mismo tiempo somos lo que aprendemos y lo que enseñamos, gran metáfora que se cumple en todo lo que se plasma con sencillez en la cinta, una parte por absorber todo lo que nos rodea y la otra, lo que mostramos mucho más allá de la palabra, con actos e incluso silencios que pueden romper el alma, como muchos de los personajes de La francesita.
El director Gonzalo Justiniano, con su bagaje profesional a sus espaldas, ha sabido reflejar sin demasiada crueldad visual la dureza de las dictaduras, de las represalias por ideales y contar un contexto político de una historia real desde el corazón, la impotencia y la rebeldía por y para defender unos derechos.
Mundos distantes y muy diferentes se unen para que cada uno comprenda y reflexione sobre el contrario, esa vida misma que a cada hora sucede habitualmente y que nadie es consciente hasta que le toca. La vida misma está contextualizada en un escenario de luces y sombras, pero con la verdad de los sentimientos, de las emociones y de la necesidad de sentir en corazón y cuerpo, todo por medio de la sencillez de escenas y conversaciones que encierran dolor, pero también amor por la vida en toda su extensión de la palabra.
La cámara recorre la mirada de los personajes principales pero también incide en buscar el miedo, la impotencia de ese lugar pero al mismo tiempo la lucha con los medios que tienen a su alcance y la ilusión de un mundo mejor. Importante destacar la influencia de la mujer en ese alzar la voz en tiempos difíciles, siendo para ellas un paso adelante por las libertades comunes e individuales.