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El director estadounidense ofrece en su primera película hablada en francés una obra menor que brilla en los momentos más humorísticos y triviales, pero fracasa estrepitosamente como cinta de intriga.
Woody Allen lleva dos décadas regalándonos películas menores aproximadamente cada doce meses. Lejos quedan los años setenta, ochenta y noventa, donde junto a filmes irregulares se colaban otros notables y alguna obra maestra. No obstante, desde comienzos del segundo milenio, el neoyorquino nos ha ofrecido una serie de trabajos que dejan patente su brillantez en ciertos momentos, pero que no acaban de ser redondos. Golpe de suerte se puede incluir en este último grupo sin problemas.
Saludada con excesivo entusiasmo en su pase en el Festival de Venecia 2023, el largometraje de Allen, el primero rodado en francés de su ya extensa carrera, nos ofrece una particular mezcla de comedia romántica y cinta de crímenes. El autor de Manhattan vuelve a tratar su tema favorito, las relaciones de pareja, con elementos de intriga, una combinación que ya le funcionó bien en Delitos y faltas o Match Point, quizá su última gran obra.
Allen triunfa en el enredo amoroso y la descripción del ambiente acomodado en el que se mueven los personajes. El cineasta judío vuelve a demostrar esa habilidad para el dialogo a medio camino entre lo intrascendente y lo culto y da alas a la exquisita fotografía de Vittorio Storaro para que plasme a los protagonistas en sus particulares devaneos amorosos por algunos de los lugares más bonitos de París. Hay una evidente química entre Niels Schneider, que encarna a un joven escritor que se encuentra con el que fue su amor de adolescencia, y Lou de Laâge, la mujer casada que se debate entre su admirador de su pubertad y la seguridad que le da su marido, un divertido Melvil Poupaud.
Sin embargo, cuando la cinta toma el camino de la intriga criminal parece perder fuelle convirtiéndose en un filme poco distinguido que solamente vuelve a alzar el vuelo en el divertido desenlace que le da título.
El resultado es una película irregular que gasta casi todos sus cartuchos en la primera parte y que deambula algo perdida en la segunda mitad. De nuevo, Allen vuelve a ofrecer momentos estupendos, aunque no acabe de rematar la jugada de manera satisfactoria.