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Crítica de ‘Cerrar los ojos’. Víctor Erice reúne sus obsesiones en un thriller crepuscular

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El director vasco nos regala una bella obra que se puede encuadrar dentro del subgénero del cine dentro del cine donde el séptimo arte adquiere propiedades casi curativas.

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Víctor Erice es uno de los cineastas españoles más venerados en el mundo. El espíritu de la colmena y El sur, sus dos primeros largometrajes de ficción, son consideradas incontestables obras maestras de una belleza asombrosa, tanto desde el plano estético como narrativo. No obstante, ese prestigio alrededor del planeta ha ido aparejado de una cierta alergia a la exposición mediática por parte del cineasta, que se nos ha prodigado su arte con cuentagotas. El sol del membrillo, un documental muy peculiar sobre el trabajo del pintor Antonio López durante la realización de un cuadro del mismo nombre de la película, y una serie de pequeños trabajos en cintas colectivas o en forma de cortos han sido las únicas muestras de su talento que hemos tenido en estas últimas cuatro décadas. Cerrar los ojos supone el regreso a la ficción en formato largo del realizador vasco.

Nos encontramos ante una obra que reúne todas las obsesiones de Erice a través de la historia de un director de cine algo huraño que busca al actor que protagonizó su película inconclusa años después de su desaparición. No resulta alejado ver en el protagonista, interpretado con acierto por Manolo Solo, una suerte de versión del propio autor de Cristales rotos. Tampoco lo es que la película inconclusa recuerde por momentos a la versión de El embrujo de Shangay, adaptación de la novela de Juan Marsé que no llegó a realizar finalmente el propio Erice, o que el protagonista de la película dentro de la película sea un republicano superviviente de la Guerra Civil, un tema el de la contienda fraticida española muy querido por el artista donostiarra. A ello hay que añadir la importancia del séptimo arte, otra constante en la filmografía de Erice, en un filme que podría encuadrarse dentro del subgénero del cine dentro del cine. No resulta tampoco baladí que la actriz Ana Torrent, la que interpretara a la niña protagonista de El espíritu de la colmena.

El filme asume la forma de un thriller de investigación más o menos clásico, aunque con un tono pausado lejos de la tensión y el frenesí habitual en este tipo de películas. Es un trabajo crepuscular que muestra el declive del cine como entretenimiento de masas, el propio deterioro de unos personajes a un paso de la vejez y que parece ser también el de un artista que ya va viendo el fin de sus días y ofrece una obra personal que, a pesar de reflejar el fin de una era en el mundo del cine, sigue apostando por su fuerza a la hora de despertar sentimientos.

Todo ello en una película acerca de otra película donde una se ve reflejada en la otra. Así mientras en el pequeño fragmento de la cinta inacabada es un padre el que busca a su hija perdida a través de un curioso detective, en la trama principal observamos como una hija busca a su padre a través de un investigador que toma la forma de un veterano director de cine.

Como siempre, Erice ofrece una obra con múltiples lecturas que van a más allá del mero argumento. Lo hace de una manera más asequible al público que en sus primeros trabajos en la ficción, pero sin perder las dotes para la sugerencia. Se le puede reprochar que quizá se alargue en exceso, especialmente en su parte central, pero es pecata minuta para un trabajo que está a años luz de lo que vemos en la pantalla habitualmente.

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