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Lone Scherfig dirige una película clásica que consigue estimular el lacrimal del espectador, aunque su intento de abarcar mucho acaba diluyendo algunas de las cualidades del filme.
Lejanos quedan aquellos tiempos en los que Lone Scherfig era una de las representantes del movimiento Dogma. A partir de Wilburg se quiere suicidar, la cineasta danesa ha ido dejando atrás la radicalidad de las propuestas de sus inicios para acercarse a un cierto clasicismo. En la mayoría de los casos, sus filmes mezclan el drama con ciertas dosis de comedia, como atestiguan títulos del calibre de An Education, One Day (Siempre el mismo día), Su mejor historia o La amabilidad de los extraños.

Quizá por ello no extraña que haya sido elegida para dirigir La contadora de películas, adaptación de la novela homónima de Hermán Rivera Letelier. El proyecto ha pasado por cineastas como Walter Salles, Isabel Coixet y Rafa Russo, pero ha sido la responsable de Italiano para principiantes la que ha terminado llevándolo a cabo, aunque sin obviar las aportaciones que todos ellos han realizado al guion.
La cinta nos cuenta la historia de una familia humilde que vive en una mina de sal en el desierto de Atacama, en Chile, durante los años sesenta del siglo XX. La existencia de este clan, al que los infortunios no serán precisamente ajenos, se verá endulzado por las sesiones de cine de los domingos primero y, después, por las narraciones que su hija pequeña hace de las películas cuando no hay dinero para pagar la entrada de toda su familia. Es en esta primera parte cuando el filme juega sus mejores cartas. El largometraje nos enseña que el cine, al igual que otras formas de entretenimiento como las telenovelas y el cómic, ayuda a soportar la casi siempre dura existencia, especialmente si se vive en un sitio tan aislado y deprimente como el que viven sus protagonistas.

Scherfig muestra todo con su habitual elegancia, apoyada en un soberbio diseño de producción que recrea la época, y saca provecho de su estupendo reparto, donde figuran unos acertados Berenice Bejo y Antonio de la Torre, en el papel de los padres de la familia, y una maravillosa actriz infantil Alondra Valenzuela.
Sin embargo, cuando el séptimo arte pierde presencia en la trama y la cinta se apresura a contar lo que ocurrió durante casi dos décadas siguientes, La contadora de cartas parece perder algo de fuelle. A pesar de la maravillosa interpretación de Sara Becker, que coge el testigo de Valenzuela cuando su personaje llega a la juventud, el largometraje deja entrever su carácter más folletinesco, acumulando mil y una desgracias, descuidando en exceso la descripción del resto de personajes, principalmente los hermanos de la protagonista principal, y pasando de puntillas sobre la situación social de la época, la subida al poder de Salvador Allende y el alzamiento del general Augusto Pinochet.

Pese a ello, La contadora de películas es un más que recomendable melodrama para aquellos que les gusta llorar en el cine a modo de catarsis.