Puntuación
Eli Roth no acaba de triunfar con su particular mezcla de gore, crítica social y homenaje a clásicos del terror como 'La noche de Halloween' o 'San Valentín sangriento'.
La carrera de Eli Roth como director parece que nunca acaba de despegar y se basa más en promesas que hechos. Ya Cabin Fever, su primer largometraje, pretendía trascender la mera película gore para analizar las falsas lealtades de la amistad, aunque nunca traspasara las meras intenciones, mientras que las dos entregas de Hostel que el dirigió no pasaban de ser productos de torture porn light recubiertos con una leve sátira acerca de la estupidez de los turistas estadounidenses más allá de sus fronteras y la crueldad encubierta de aquellos que ocupan los escalafones más altos de la sociedad. Ni El infierno verde, remake encubierto Holocausto Caníbal; ni Toc, toc, nueva versión de Death Game, ni mucho menos El justiciero, revisión de El justiciero de la ciudad, o la infantil La casa del reloj de la pared han logrado que su carrera como realizador acabe de ser verdaderamente destacable.
Black Friday, que en los países anglosajones se llamará Thanksgiving, tampoco acaba de cuajar del todo. Roth recupera una idea que cristalizó en un falso tráiler que acompañó a Death Proof y Planet Horror en aquel experimento friki titulado Grindhouse. Allí imaginaba un particular slasher con un asesino vestido de peregrino que hacia de las suyas el Día de Acción de Gracias. Tres lustros después le ha dado forma ampliando su duración hasta la propia de un largometraje.
El resultado es una película que rinde homenaje al subgénero del que forma parte, aunque añadiendo una cierta crítica social al consumismo reinante en la famosa época de ofertas a la que da título el filme, que coincide con la celebración de una de las grandes fiestas nacionales de los estadounidenses.
El director, que firma el guion con Jeff Rendell, comienza de manera bastante certera. La involuntaria masacre provocada por una masa deseosa de ofertas a las puertas de un centro comercial es, sin ninguna duda, lo mejor de la cinta. Allí se dan cita los ingredientes habituales en las cintas de terror del norteamericano: gore, humor más o menos sarcástico y terror.
Sin embargo, sus responsables son incapaces de mantener ese tono durante mucho tiempo. Cuando la cinta da un salto temporal y nos traslada un año después, cuando un asesino ataviado como un peregrino empieza a matar a los responsables de aquella carnicería, el filme parece perder parte de su mala leche optando por seguir las reglas de clásicos del subgénero como San Valentín sangriento, La noche de Halloween o Scream.
El largometraje se centra entonces en un grupo de adolescentes protagonistas, capitaneado por la hija del dueño del gran almacén donde ocurrió la desgracia, y las pesquisas policiales relacionadas con los crímenes. Hay el habitual juego de falsos culpables, una reina del grito de buen ver y alguna secuencia de asesinato más o menos lograda, pero la mala leche y la crítica social solamente aparece de manera muy puntual.
El resultado es un título que no destaca demasiado dentro del tipo de filmes en el que se puede encuadrar y que, como gran parte de ellos, aspira a convertirse en franquicia. En definitiva, un producto de usar y tirar que se ver sin esfuerzo, aunque se olvide bastante pronto. Ni siquiera la aparición de actores veteranos como Patrick Dempsey o Gina Gershon acaba salvando la función de la mediocridad.