Puntuación:
Emmanuel Courcol ofrece una historia que se ve con media sonrisa y alguna lágrima.
El cinismo nos impide en muchas ocasiones ver lo bueno del ser humano en un mundo lleno de injusticias. Quizá esa es la razón por la que las denominadas feel good movies, que pretenden dar algo de luz en la vida cotidiana, no sean las favoritas de cierta crítica que las acusa de buenistas.
Por todo lo alto pertenece a ese subgénero que no tiene tan buena prensa, aunque la cinta no cae en el simplismo de la mayoría de estas producciones. No por casualidad Robert Guédiguian, uno de los máximos exponentes del cine social francés, desempaña en esta ocasión labores como productor.

El director Emmanuel Courcol, responsable de las estimables Welcome o Quisiera que alguien me esperara en algún lugar, nos ofrece una humanista historia con trasfondo musical. Así seguimos los pasos de un compositor y director de orquesta que necesita un trasplante de médula para poder curar su leucemia. Será entonces cuando descubra que es adoptado y que su hermano de sangre, uno de los pocos que puede salvarle, trabaja en una cantina en una zona sumida en una crisis industrial. Este accederá a realizar la donación, a pesar de cierta resistencia inicial, y entre ambos se establecerá una particular relación que tendrá en su común pasión por la música su mayor vínculo.

Courcol, que firma el guion con Irene Muscari, nos muestra una historia que reflexiona sobre lo mucho que determina nuestro destino el lugar donde nos hemos criado, influyendo en gran parte en el futuro éxito personal y profesional. No obstante, a pesar de mostrar las injusticias que sufren aquellos que menos tienen, el cineasta parece confiar en el sentimiento de empatía de cada individuo y la fuerza que podemos tener cuando nos unimos por una causa. Eso no quiere decir que siempre se consiga el objetivo deseado ni se pueda evitar la enfermedad y la muerte.
La película se centra en perfilar a sus dos personajes principales. El hermano más afortunado monetariamente se dará cuenta de lo privilegiado que ha sido al criarse en una familia acaudalada e intentará compensarlo ayudando al hombre que le ha salvado la vida, mientras que el que ha tenido menos suerte no podrá evitar sentir cierto rencor hacia su recién encontrado familiar, aunque sienta también un profundo cariño.
Por otra parte, el guion destaca por sus creíbles diálogos y su retrato tierno de los personajes secundarios. A todo ello hay que añadir el estupendo trabajo de Benjamin Lavernhe y Pierre Lottin, que se pone en la piel de la fraternal pareja.

En resumen, Por todo lo alto ofrece una historia que se ve con media sonrisa y alguna lágrima, y que sirve para reconciliarnos un tanto con el ser humano.