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El Gran Gatsby. Restos de una Fiesta

Los primeros compases de “El Gran Gatsby” nos enfrentan a un turbulento mar digital que, sobresaliendo desde detrás de unas filigranas doradas que parecen querer abalanzarse sobre nosotros (sin duda, lo harán en la versión en 3D) nos dirige hacia una lejana luz verde que parece surgida de la punta de la varita de algún mago de Blockbuster y no tanto de aquel faro que los amantes de la novela de F.S. Fitzgerald sabrán identificar al instante.

Ante este inicio de trampantojo, las dudas acerca del valor de esta nueva versión del clásico norteamericano se agudizan; por un lado, tenemos la obra cumbre del “perdido” Fitzgerald, que en su sencillez y claridad efectúa un lúcido retrato de la condición humana y del auge y caída de las sociedades y las personas, derivando hacia un final trágico, casi griego, que redondea una obra de tal precisión que es considerada una de las candidatas a “Gran Novela Americana”.

Crítica de "El Gran Gatsby".

Por otro lado, tenemos a un director como Baz Luhrmann, australiano megalómano que ha venido demostrando, en filmes como “Romeo + Juliet” o “Moulin Rouge!” (a los que el adjetivo “manierista” se les queda corto), su pasión por ofrecer exageradas tragedias de juventud que cristalizan mediante la inclusión sin piedad de efectos especiales, movimientos de cámara brutales y la inclusión de música popular moderna, convirtiendo el drama en un explosivo espectáculo de fuegos de artificio.

La historia, que contrapone riqueza material y riqueza de alma, que se inicia como un canto a la juventud y la fiesta y acaba revelando un corazón oscuro y trágico, es narrada por un Tobey Maguire ya encasillado en el papel de mejor amigo (y que destaca sobre todo, curiosamente, en algunas escenas que no existen en el libro original), que desgrana cómo, a lo largo de un verano interminable, presencia el auge y caída de Jay Gatsby (excelente Leonardo DiCaprio, que demuestra una vez más la madurez actoral que ha alcanzado sin ni siquiera haber cumplido cuarenta años, componiendo un carismático personaje que por momentos recuerda al único habitante de Xanadu).

En este arco dramático tendrá gran importancia, claro está, una mujer: Daisy, prima del narrador, interpretada por una Carey Mulligan ya especializada en alternar papeles de chica “in” con otros en los que pone, y de qué manera, los pies en el suelo.

En “El Gran Gatsby” se mantienen casi todas las constantes formales de Luhrmann, y efectivamente el primer acto del filme es endiabladamente veloz, nos hace volar de un lado para otro mostrándonos fiestas de los años veinte en las que se baila a Lana del Rey y hace dudar de si en esta nueva versión se habrá aprovechado algo de la delicadeza del texto original.

el-gran-gatsby-imagen

En cualquier caso, se trata de manierismos que a los fans del director les parecerán acertadísimos, y que no chirrían del todo teniendo en cuenta la opulencia exagerada y vacía a la que hace referencia la novela original. Pero según avanza la trama el australiano se calma y sale a relucir el enorme respeto que le tiene al libro de Fitzgerald, dejando poco a poco que la acción derive hacia un cierto clasicismo, mucho más tranquilo, que permite a los personajes dialogar sin prisa y empezar a exponer las raíces dramáticas del filme.

El resultado, pues, es un equilibrio bastante acertado entre las enormes virtudes del texto original y el impulso teatral de Luhrmann, especializado en la construcción de parques de atracciones vacíos que acaban derrumbados por la pasión humana.

La modernización de algunas de las claves de la novela ayuda, además, a comprender su interés actual, al ser escrita en los felices años previos al crack del 29, prefigurando Fitzgerald el final trágico que la “era del Jazz” acabaría teniendo, devorados los patrones por unos bonos en los cuales habían depositado toda su confianza.

El filme mantiene vivo este mensaje (la opulencia no sirve de nada contra los vaivenes de la Historia, como dirían algunos, vivir por encima de nuestras posibilidades acaba saliendo caro) y, especialmente en su trágico (por lo delicado y por lo clásico) tramo final, reivindica también la exploración del alma humana de Fitzgerald, la humanidad como “botes contra la corriente”, corriendo tras un ideal que quizás se perdió hace años, en la juventud.

Una Crítica de Cine de Ricardo Jornet.

La Crítica de Rafa Calderón.

Acerca de Ricardo Jornet

Simpático redactor de Cineralia; no tan simpático estudiante de cine.

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