Un Especial de Cine dónde nuestro colaborador Ricardo Jornet da un interesante repaso a las joyas del cine negro.
Hace unos meses, en la crítica de “Gangster Squad”, esbozaba algunas líneas acerca de la evolución del género de gángsters, esa mezcla de páginas de sucesos y tragedia anti-heroica que tan buena tradición ha tenido desde los inicios de Hollywood; una exploración, progresivamente menos académica, de los claroscuros de nuestra sociedad y sus habitantes marginados. Seguramente ha sido el calor de estos días lo que me ha hecho acercarme de nuevo a las sombras del Hollywood clásico, y a ese más amplio género ¿hermano, contenedor? del cine de gángsters que es el cine negro americano.
El negro americano, tan turbio y ambiguo como es, no podía tener una paternidad muy definida, aunque el consenso general es que sus orígenes surgen de combinar la tradición literaria americana de la novela negra criminal (pensemos en Chandler, Hammett, Burnett… y en sus detectives de papel que acabarían siendo de carne y hueso, como Philip Marlowe o Sam Spade), lo que aportaría sobre todo las tramas turbias y los arquetipos de los personajes (el investigador cínico, la ubicua femme fatale, mecanismos como la voz en off…); y el buen hacer técnico de directores de fotografía (y cineastas) emigrados de Europa que se habían formado sobre todo en el expresionismo alemán, fábrica de excesos metafóricos que llevaría a Hollywood esos contrastes entre luz y oscuridad, esos ángulos anómalos y esa famosa iluminación dura a la que se acostumbraron los públicos del cine negro.
Y esta dualidad entre luz y sombra será lo que defina esencialmente el noir americano, trasladada simbólicamente a otras como el bien y el mal, la ley y la justicia, el ciudadano honrado y el criminal… el negro, aunque nazca y crezca en el periodo clásico, será el menos clásico de los géneros hollywoodienses, quizás, siempre en la cuerda floja entre lo mostrable y lo censurable, entre afear lo criminal o sugerirlo como motivo oculto de la conducta humana; “el hombre es un lobo para el hombre” no parece una línea de pensamiento propia del recatado Hollywood clásico, pero el negro la exploró más de lo que mucha gente piensa; este género, que en muchas ocasiones muestra las brillantes aportaciones autorales de sus directores, acaba sufriendo una simplificación por parte del gran público que lo considera poco más que “historias de detectives”, igual que el western se reduce a “historias de indios y vaqueros”.
Proponemos, pues, diez joyas del cine negro clásico o en los límites de lo clásico (de los años treinta a los cincuenta del siglo pasado), algunas de ellas muy populares y otras quizás no tanto, que funcionan como introductoras al apasionante universo del noir americano (sin olvidar que en otros países como Francia o Japón también se cultivó extensamente el género negro, sumándole las particularidades locales); la elección responde a motivos tanto académicos como puramente personales, priorizando antes aquellos filmes que nos han emocionado o sorprendido que aquellos que quizás en otros sitios tendrían puestos más altos en la lista.
10. “Perdición” (“Double Indemnity”)
Supone, básicamente, la quintaesencia del género negro, ofrecida en una oscura bandeja de plata por el cineasta-para-todo Billy Wilder. Estrenada en 1944, cuando la Segunda Guerra Mundial ya había demostrado a la población estadounidense que el ser humano podía alcanzar cotas de autodestrucción insospechadas, el filme sigue a un Fred MacMurray atrapado en las redes de una de las femme fatale más recordadas de la historia, Barbara Stanwyck, que quiere hacerse rica aunque para ello sea necesario cargarse a su propio marido.
Instauradora de muchas de las constantes narrativas y formales del género (esa famosa cortina veneciana cuya sombra convierte a los personajes alternativamente en luz y oscuridad, por ejemplo), “Perdición” es un monumento a la transparencia clásica y a lo turbio del tema que trata, todo ello vigilado de cerca por un Edward G. Robinson que había empezado en el lado contrario a la ley y ahora se encarga de perseguir al culpable, aunque éste sea el protagonista. Para aquellos que (aun) no crean que el dinero puede cambiar a la gente.
9. “Al Rojo Vivo” (“White Heat”)
Está protagonizada por un James Cagney desatado en el papel de un gángster tan peligroso como el Norman Bates hitchcockiano; totalmente dependiente de su madre, la cual lo dirige en sus andanzas (que tienen un final brutalmente autodestructivo), Cagney se erige en perfecto ejemplo del impacto que las teorías freudianas acerca de lo materno habían tenido en los guionistas estadounidenses, y explora la psicología criminal como pocas veces se había hecho antes.
Estrenada en 1949, la censura era potente pero no tanto como cuando los directores se veían obligados a avisar al público de que los gángsters eran “delincuentes y malos ejemplos a seguir”, y Raoul Walsh consiguió convertir a este criminal desalmado en un auténtico antihéroe que al final encontró su tragedia al no saber compaginar el amor por la “mamma” con las estrictas condiciones de la vida criminal.
8. “Con las Horas Contadas” (“D.O.A.”)
Estrenada en 1950, es una maravillosa marcianada, adelantada en muchos sentidos a su época, en la que se exploran caminos formales poco comunes en el clasicismo y se hace ya evidente la fuerza de la música jazz entre la juventud, al ser la banda sonora una especie de improvisación continua, y las consecuencias que esta contracultura iba a acabar teniendo en la súper organizada sociedad estadounidense.
Ah, y el protagonista, en un giro más propio del cine de Nolan, sabe que va a morir desde el principio y convierte la búsqueda de un antídoto para el extraño veneno “radiactivo” (¿alguien dijo Guerra Fría?) que se ha bebido en una atípica reflexión desde el clasicismo acerca de la vida, la muerte y lo que dejamos al partir. Una vez más, serán profesionales europeos (el director Rudolph Maté, especie de auteur a reivindicar, y el director de fotografía Ernest Lazlo), los que se encarguen del tono oscuro del filme.
7. “La Dama de Shangai” (“Lady From Shangai”)
Suena quizás a drama romántico oriental, pero cuando nos enteramos de que el director es Orson Welles sabemos que habrá que estar preparados para la sorpresa. Y vaya si sorprende: Shangai ni la pisamos en todo el filme, para empezar; se dinamita el montaje narrativo clásico, apareciendo primeros planos exageradísimos y posiciones de cámara atípicas, muy expresionistas.
Welles estaba jugando con el lenguaje de Hollywood, tras haber demostrado que era un experto en la materia con su monumental “Ciudadano Kane”; esta vez, ya en 1947, su objetivo es el género negro y así es como convierte un juicio en algo ridículo, un amor en una relación puramente interesada, un tiroteo en una feria un canto a la confusión y al surrealismo. “La Dama de Shangai” es excesiva e irregular, y por eso no aparece más arriba en nuestra lista; ese honor lo reservamos a otra muestra del peculiar cine negro de Welles.
6. “Cayo Largo” (“Key Largo”)
Nos gusta sobre todo porque su director, el monumental John Huston, que pocos años antes había inaugurado de algún modo el cine negro con una película acerca de un pájaro que quizás os suene, decide aquí construir un réquiem por todo lo que éste género representa.
Así, en 1948 el cínico detective interpretado por Humphrey Bogart es un veterano de guerra extrañamente humanizado, los gángsters ya están mayores para robar bancos y por eso se retiran a una casa en la costa, la femme fatale ha envejecido hasta ser casi ridícula… Cayo Largo explicita el descontento, la acidez y la melancolía de los años posteriores a la Guerra y muestra también cómo el género, poco a poco agotado, empieza a ser incapaz de entregar historias originales, al centrarse más en cómo ha envejecido que en darle un nuevo chute de energía. Además, es uno de los pocos ejemplos de cine negro localizados en lugares exóticos o soleados. Ah, y sale Lauren Bacall. Con eso debería bastar.
5. “El Desvío” (“Detour”)
Es el perfecto ejemplo de película barata pero eficaz (en su momento se dijo, aunque se ha desmentido, que costó menos de 50.000 dolares y se rodó en una semana), que hace de sus sets prácticamente vacíos y su iluminación simple su mayor virtud, al entregarse a la oscuridad y lo ambiguo del género como poca gente lo había hecho antes.
Serie B sin nada que envidiar a los grandes estudios (en cuanto a carisma; si hablamos de calidad técnica ya es otra cosa), su director, Edgar G. Ulmer, ha ido reuniendo en los últimos tiempos un merecido culto a su persona y a su carrera, alejada de los grandes focos y más centrada en la ciencia ficción de segunda fila que la cultura popular se ha encargado de elevar. Estrenada en 1945, “El Desvío” posee también las actuaciones salvajes y directas de Tom Neal y Ann Savage.
4. “El beso de la muerte” (“Kiss Me Deadly”)
Explota como mezcla de cine negro y ciencia-ficción, construyendo un relato nihilista, turbio, con uno de los detectives más cínicos y anti-sentimentales de la historia del cine. Robert Aldrich dirige un filme genial en el que buenos y malos van muriendo en la búsqueda de un misterioso dispositivo que, simple y llanamente, nadie sabe lo que es. Incluyendo también una femme fatale de la que es difícil olvidarse, una producción de serie B que aún a día de hoy despierta una especie de melancolía por el trabajo artesano y unos efectos especiales (en su tramo final) que nos acercan más a Indiana Jones que al género al que pertenece, “El beso de la muerte” sorprende al que no la ha visto y merece ser revisitada sólo por lo rabiosamente entretenida que es. Estrenada en 1955, es un perfecto ejemplo de cómo en los cincuenta el género negro empezó a explorar parcelas límite, territorios multi-genéricos y oscuros en los que el clasicismo no se había atrevido a entrar.
3. “El Halcón Maltés” (“The Maltese Falcon”)
Acuñó, para empezar, esa expresión que quizás alguno haya oído por ahí acerca de “la materia con la que están hechos los sueños”. El mérito cultural de la primera película de un joven John Huston es apabullante: Humphrey Bogart, tras varios filmes actuando de gángster de segunda fila, era ya el protagonista, quintaesencia del detective privado; aparece también una femme fatale verdaderamente dura que al final recibe su merecido (una de las pocas películas del Hollywood clásico sin final feliz, podríamos decir), Peter Lorre aporta una mezcla de comicidad y desagrado inolvidable… Estrenada en 1941, ayudó a establecer el dominio del cine negro a lo largo de la década e inició de paso, como hemos comentado, varias carreras exitosas. Directa y transparente pero habitada por personajes turbios y ambiguos, “El Halcón Maltés” resuena como el contrapunto inteligible a la confusa pero también magistral “El Sueño Eterno”, de Howard Hawks.
2. “Sed de Mal” (“Touch of Evil”)
Es, alternativamente, una muestra brillante y creativa de cine negro y la película que se encargó de acabar con el género negro. Estrenada a finales de los cincuenta, en 1958, Orson Welles la convirtió en su último intento de comulgar con los estudios americanos, representando en ella una realidad oscura y compleja, en la que los estereotipos del negro son sistemáticamente dinamitados (inolvidable el propio Welles en el papel del indescifrable Quinlan, enemigo y protagonista a la vez, héroe y antihéroe; un Charlton Heston que ejerce de atípico “detective” casado; localizaciones en la frontera mexicana, olvidándose el ambiente urbano que el género había habitado hasta el momento…).
Esta enrevesada historia de bombas y asesinatos posee algunos de los planos más modernos del clasicismo, entre ellos un larguísimo plano-secuencia inicial que ha pasado a la historia del cine, y en definitiva se encarga de demostrar que la realidad es siempre mucho más compleja de lo que las estrictas convenciones del género la habían hecho parecer. Un viaje a las tinieblas sin billete de retorno.
1. “El Crepúsculo de los Dioses” (“Sunset Boulevard”)
Es, desde el clasicismo, una ácida crítica al clasicismo. El brillante Billy Wilder lanza sus dardos envenenados hacia Hollywood y la tendencia de este al olvido de aquellos que ya no son necesarios, en la figura de un guionista que acaba viviendo con una antigua diva de Hollywood, interpretada precisamente por la otrora elevada a los altares Gloria Swanson (la cual, curiosamente, alcanzó el éxito en filmes dirigidos por el salvaje Erich von Stroheim, que aquí interpreta al mayordomo de la vieja actriz). Se combina, pues, una trama de género negro clásica (alguien es asesinado y desde la muerte, en voz en off, nos va narrando lo que le sucedió antes) con una muestra de metalenguaje y autocrítica hacia las instituciones de la industria cinematográfica norteamericana que sólo algunos cómicos como Keaton o posteriormente Jerry Lewis se atreverían a lanzar.
Valiente y apasionante, con más momentos míticos que todos los estrenos de este año, “El Crepúsculo de los Dioses” es un monumento cinematográfico que demuestra por qué el clasicismo alcanzó tales cotas de brillantez: porque tuvo que resolver, con inteligencia (y no con efectos especiales, como algunos se han acostumbrados a hacer) las barreras que la censura había colocado en su camino. Una vez más, solo gracias a lo peor surgirá lo mejor de un arte.
Un Especial de Cine Negro de Ricardo Jornet.
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