El Festival de cine fantástico y de terror de Sitges sigue deparando sorpresas en un fin de semana repleto de caníbales, humor, magia y el fin del mundo.
En el primer fin de semana del festival de Sitges, los zombis toman las calles (en la ya tradicional zombie walk) y el ambiente se parece más que nunca al de un parque temático: familias enteras, grupos de jóvenes y de no tan jóvenes se acercan hasta el pueblo convirtiendo algunos de los pases de esta estupenda celebración del cine de género en verdaderos espectáculos comunitarios llenos hasta la bandera.
Es por esto que el festival ha programado algunos de sus platos fuertes en estos dos días, resultando una ensalada de aproximaciones al género que demuestra una vez más las fuertes voces autorales que posee, que lo mantienen más vivo que nunca. Durante este finde, pudimos ver (y, por lo general, disfrutar de) la nueva joyita de Eli Roth, “The Green Inferno”, la comedia de acción “Blind Detective”, del veterano Johnnie To, la sorprendente y enigmática “Magic, Magic”, la última entrega de la trilogía del Cornetto, “The World’s End” y, por si no era suficiente, quemarnos las pestañas en un maratón nocturno de nombre tan sugerente como “La noche + freak”.
Ya es hora de que se le reconozca a Eli Roth su maestría a la hora de entregarle al público algunas de las muestras más extremas de gore que uno pueda degustar en el cine comercial (pensemos en la saga «Hostel», enteramente suya) sin olvidar un fortísimo componente de crítica que aporta profundidad al conjunto y un humor negro perfectamente sostenido. “The Green Inferno” es todo esto y un poco más, y confirma el ascenso de un director que ya en su debut, “Cabin Fever”, abordó ciertos asuntos polémicos (los prejuicios, las distinciones raciales) aderezándolos con casquería y que ahora nos entrega una obra entretenida, potente, salvaje y difícilmente olvidable. Para bien o para mal.
Es imposible no ver en la trama y en la evolución del filme (unos activistas de clase media-alta se van a la selva chilena a defender a los indígenas del avance de las máquinas taladoras, y acaban siendo devorados, precisamente, por esos indígenas) el homenaje tan cacareado al exploitation caníbal italiano, género de los setenta y ochenta que ya aunaba, de manera un tanto ridícula, crítica y gore.
Pero Roth tiene el mérito de llevar la película a su propio terreno, alejándola del puro espectáculo sangriento y moviéndola más bien a ritmo de cine clásico de aventuras, de thriller selvático en el que, curiosamente, no queremos ver morir a los protagonistas de formas salvajes (talmente la saga de Saw) sino que esperamos que se salven del peligro.
Esto lo consigue construyendo unos personajes atrayentes y carismáticos (en una primera media hora exenta de sangre, contrapunto civilizado al resto del filme, que nos ayuda a comprender mejor a los protagonistas, no carentes de tópicos pero infinitamente mejor pensados que los que poblaban el género caníbal italiano) y, sobre todo, dándole una vuelta al esquema clásico de la exploitation caníbal, que esencialmente dicta que cada muerte debe ser más salvaje que la anterior.
Aquí, la primera muerte es salvaje (¡mucho, muchísimo!) pero después de ella nos olvidamos del mero esquema “van muriendo uno detrás de otro” para centrarnos en las motivaciones, dudas y vicisitudes de los distintos protagonistas, encerrados en una jaula en el poblado caníbal.
Roth sigue, pues, totalmente fiel a sí mismo y a un estilo que encanta a sus seguidores, juntando sangre, ironía y cachondeo, dándole una vuelta de tuerca a un subgénero clásico del terror y proporcionándonos, de paso, un (mal) buen rato en la sala de cine.
Por su parte, Johnnie To se aleja del drama para entregarnos en “Blind Detective” una sorprendente hibridación entre policíaco y comedia romántica (con algunos toques poco disimulados, incluso, de fisicidad slapstick). El hongkongués nos narra sin despeinarse las aventuras del detective ciego del título y de su compañera, una policía novata con la que hay una química innegable, y lo cierto es que los diversos casos a los que se enfrentan (resueltos con una lógica que mezcla CSI con las elucubraciones casi absurdas del giallo italiano) resultan cada uno más entretenido y atrayente que el anterior, armándose en conjunto una película a la que es difícil encontrarle pegas serias.
Girando y volviendo a girar sobre sí misma, la trama va relacionando orgánicamente todos los casos a los que la pareja se va enfrentando, y combina magistralmente momentos de investigación (las persecuciones y los disparos, eso sí, escasean o tienen un aliento de ir por casa, al ser abuelas y no criminales los perseguidos) con otros en los que se explora la relación entre los protagonistas; el crimen adquiere un carácter ligero, casi de Cluedo, pero paralelamente no podemos apartar los ojos de la pantalla mientras el protagonista ayuda a su compañera a encontrar a un amiga de la infancia desaparecida hace muchos años.
El fin de semana ha tenido un aroma chileno gracias a producciones como la mencionada “The Green Inferno” (producida por Nicolas López, también director de la por otro lado nefasta “Mis peores amigos: Promedio Rojo el Regreso”) y esa pequeña sorpresa (para bien o para mal) del cine independiente que es “Magic, Magic”. De todas las vistas hasta el momento, la primera película de Sebastián Silva es la que más nos recuerda al filme homenajeado en esta edición, “La semilla del diablo”: la historia de una norteamericana que va perdiendo la razón (o eso parece) mientras pasa unas vacaciones en la parte más agreste de Chile rodeada de desconocidos tiene muchos puntos de contacto con la embarazada que interpretó Mia Farrow, y también especialmente con otra obra de Polanski, “Repulsión”.
Así, el director crea un clima de tensión mediante recursos muy bien encontrados (el leitmotiv de la siniestra canción “Minnie the Moocher”, las no muy claras intenciones de un excelente Michael Cera como latente amenaza sexual a la protagonista, el uso alucinado de los planos de naturaleza) y juega al despiste al no dejarnos claro, durante gran parte del filme, si la protagonista está realmente en peligro o todo proviene de su maltrecha mente, tras haber pasado varios días sin dormir. Es a partir de su último tercio que “Magic, Magic” pone las cartas sobre la mesa y muestra cuál es el verdadero peligro, convirtiendo a los hasta el momento siniestros secundarios en una masa de gente asustada e inofensiva, y cargando todo el peso de la locura sobre la protagonista. Aquí, la película pasa del terror psicológico al drama y a la tragedia, resultando una mezcla extraña pero estimulante que nos deja secuencias memorables, como una en la que un hipnotismo demasiado sugestivo diluye las barreras entre razón y locura; sin olvidar la crítica al colonialismo que late a lo largo de todo el filme, reflexionando también sobre el choque de culturas y sus consecuencias.
Aunque en la británica trilogía del Cornetto (“Shaun of the Dead”, “Hot Fuzz”, “The World’s End”, las tres dirigidas y escritas por Edgar Wright en connivencia con su actor fetiche Simon Pegg) siempre ha existido una celebración de la inmadurez como espacio lúdico y estimulante (de aquí, quizás, el gusto por explorar-explotar los clichés de género y la planificación acelerada), en contraposición a una edad adulta que lo único que trae es conformismo y aburrimiento, es en la última de sus entregas donde este mensaje se hace más tangible (lo cual no es necesariamente bueno) al finalmente marcharse los “invasores extraterrestres” de la Tierra simplemente porque los hombres somos demasiado estúpidos.
Hacia este desenlace nos lleva una historia protagonizada por Pegg y su inseparable Nick Frost, cabezas más visibles de un grupo de amigos de la adolescencia que veinte años más tarde vuelven a su pueblo natal para hacer la “milla de oro”: beber doce cervezas en los doce pubs del lugar. Obviamente, entrarán en juego cuestiones como la añoranza del pasado (sobre todo en la figura de Pegg, alternativamente odiable y carismático como adulto inadaptado con mente de adolescente), el significado de la amistad (pues cada uno de los protagonistas tiene un conflicto de madurez particular que sólo logrará resolver con la ayuda de sus colegas) y el cuestionamiento de la autoridad (autómatas aparentemente felices pero inhumanos han tomado el pueblo, metáfora más evidente que nunca de lo que significa hacerse mayor).
Wright vuelve a combinar, pues, los elementos temáticos y estéticos de un género (en este caso, el cine de invasión extraterrestre y en la parte final un cierto regusto a cine de catástrofes apocalíptico) con una reflexión en clave cómica (esto hay que reconocerlo: la película es divertidísima, pero no llega al nivel de las entregas anteriores) protagonizada por personajes que no tienen mucha idea de cómo arreglar el asunto pero finalmente se salen con la suya.
Esta mezcla loca, que se saldaba con un signo positivo en los anteriores filmes (especialmente en “Hot Fuzz”, muy coherente al ser en realidad dos películas en sucesión, una sumida en la cotidianeidad y otra en la que el género explota), aquí chirría un poco y la labor de dirección de Wright (excelente, eso sí, en las escenas de lucha en plano secuencia) se deja notar mucho menos que en ellos.
Quizás por un exceso de presupuesto, el final se vuelve disparatado al estilo british de “Doctor Who” (impagable esa alianza galáctica doblada por Bill Nighy) y el equipo del filme pierde un poco el rumbo, acabando la película con una deflagración brutal que acaba resultando, efectivamente, en el fin de la humanidad. Sigue una coda que cierra alternativamente la película y la trilogía, y que nos vuelve a demostrar que, al fin y al cabo, lo que querían Wright y compañía desde el principio (ya desde la excelente serie “Spaced”) es volver a ser niños que juegan con pistolas invisibles.
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