Hasta ver la luz tiene todos los componentes necesarios para ser una excelente película de traficantes y mafiosos de medio pelo.
Todo ocurre en un atrayente y desconocido lugar para la inmensa mayoría de nosotros, los suburbios de Lisboa; los personajes son interesantes porque algunos se mueven entre lugares comunes del género pero otros lo hacen con componentes más originales; hay violencia y acción; el noventa por ciento de la historia transcurre de noche y eso hace que se creen secuencias con imágenes realmente bellas; consigue hacernos sentir e incluso tiene algunos puntos muy atrayentes entre lo misterioso y lo surrealista.
Hasta ver la luz, la ópera prima del director portugués afincado en Suiza, Basil da Cunha, parece una suerte de Ciudad de Dios pero mucho más realista, con un tono más naturalista y/o documentalista que el de la película de Fernando Mereilles y, por supuesto, salvando las distancias entre Brasil y Portugal.
Además, Basil da Cunha no cede ningún espacio para el optimismo, no hay redención posible para estos marginados sociales. Es un viaje sin retorno hasta lo más profundo del infierno.
Con una trama simple pero muy efectiva vemos como en Hasta ver la luz Sombra (Pedro Ferreira), el protagonista, recién salido de la cárcel vuelve a la calle para seguir trapicheando. El detonante de su desventura será la deuda de dinero que contrae con uno de los capos locales, a partir de ahí, más o menos, podemos ir deduciendo lo que va a ir pasando pero aun así, no deja de ser una película muy cuidada en todos sus aspectos y que merece la pena ver, por algo fue seleccionada en la última edición del Festival de Cannes dentro de la Quincena de largometrajes a concurso.
Lo malo es que es este tipo de películas, al igual que su protagonista, se mueven en la sombra, va a tener muy poquita distribución y va a estar en pocas salas comerciales pero, no lo dudes, si tienes suerte y estás cerca de una de ellas ve a ver Hasta ver la luz, no te arrepentirás.