Andrew Stanton y Angus MacLane aumentan las dosis de humor y repiten gran parte de los hallazgos de Buscando a Nemo en una secuela perfecta.
Pixar se apuntó uno de sus mayores éxitos en 2003 con el estreno de Buscando a Nemo. Los realizadores Andrew Stanton y Lee Unkrich nos mostraban las aventuras de un pequeño pez payaso que se perdía en el mar. Su padre iniciaba entonces su odisea para encontrar a su retoño. A lo largo de su viaje se cruzaba con Dory, un pez cirujano con problemas de memoria a corto plazo que se decidía a acompañarle en su particular hazaña. Aventura, mucha comedia y unas gotas de drama, especialmente en los primeros minutos del largometraje, fueron la receta perfecta para el taquillazo y el beneplácito de la crítica junto a la estupenda labor de la animación y el magistral diseño de personajes.
Más de una década después, Stanton, acompañado en la dirección de Angus MacLane, vuelve al universo de aquella cinta con Buscando a Dory. En esta ocasión otorgan el papel principal al pescado olvidadizo, que busca a los padres que perdió en la niñez, y dejan en un segundo plano a Nemo y su progenitor, que se lanzan a encontrar a su despistada amiga.
La fórmula es más o menos la misma que en la primera película, aunque quizá las dosis sean distintas. A este respecto se reducen los momentos más tristes, se potencian los más humorísticos y la aventura se hace un poco más espectacular y enrevesada. Los responsables de Pixar, además, han mejorado los aspectos técnicos del producto y mantienen su habilidad para crear situaciones y diálogos divertidos.
El largometraje vuelve a reincidir, como su antecedente, en la importancia que tiene confiar en los otros, especialmente si son inseguros o demasiado jóvenes, y se convierte en una oda a la amistad y la familia, dos elementos habituales en los productos de Pixar.
Quizá el gran problema de la película se encuentre en la mera repetición de una fórmula que dio buen resultado. No obstante, hay que señalar como crítica positiva que Buscando a Dory alcanza el nivel de su modelo. Por otra parte, a diferencia de algunas de las cintas más elogiadas de Pixar, los ingredientes más adultos aparecen reducidos al mínimo. Pese a ello, el filme es un inteligente pasatiempo familiar donde los espectadores no mirarán ni un segundo el reloj.
Al estupendo resultado final contribuye en la versión española el excelente trabajo de la actriz Anabel Alonso, que inyecta con su voz la necesaria vivacidad a la despistada y valiente protagonista.
Igualmente meritorio es el cortometraje que sirve como complemento de Buscando a Dory: Piper, la historia de un pequeño pajarito que aprende a alimentarse por sí mismo. Sin diálogos, el director Alan Barillaro, cineasta que ha desarrollado gran parte de su carrera como animador, logra una pequeña joya donde se dan cita ternura, risas y pericia técnica.
Crítica de Buscando a Dory de Julio Vallejo Herán