De la mano de Jean-François Richet llega a nuestras pantallas una de acción basada en la novela de Peter Craig.
A los que les gusta Mel Gibson como actor están de enhorabuena, a los que nos gusta más como director que como actor pues le podemos perdonar que haga este tipo de trabajos que no son brillantes pero si tienen un único objetivo o propósito, el de entretener.
Lo interesante de los thrillers como Blood father es que no decepcionan, porque se sabe a lo que se va, haciéndonos pasar un rato sin pensar en nada más, muy recomendable para las tardes estivales.
Mel Gibson encarna a John Link un ex convicto que vive en una caravana ganándose la vida como tatuador, su única hija Lydia lleva desaparecida años y de pronto le llama pidiéndole ayuda ya que está metida en un serio problema con un cartel mejicano y la acusan de haber robado millones de dólares.
Un thriller modesto, entretenido y sin sorpresas en cuanto al género, nada nuevo en cuanto a la forma. Un comienzo ya sabido, el nudo predecible y el desenlace como siempre, un filme “tipo” de estética agradable y como no podía ser de otra manera aderezado con grandes dosis de acción a la que nos tiene acostumbrado.
Con una interpretación muy correcta, de un Mel Gibson que envejece con dignidad, su compañera de reparto Erin Moriarty interpreta a su hija Lydia, defiende un papel de joven aventurera con mucho desparpajo.
Blood Father sin ser brillante, si puede presumir de actores de reparto de lujo como Peter Craig o Diego luna el actor que nos maravilló en Amores perros que enriquecen y nutren el resultado final de un trabajo sin ambición.
La trama predecible no ostenta grandes alardes en cuestión de giros que puedan sorprender al espectador, se mantiene en una posición conservadora aprovechando la inercia de los antecesores trabajos de un Mel Gibson que bien podía volver a la dirección y darnos nuevos títulos como Apocalipto o La Pasión de Cristo que tanto impactaron a crítica y público al otro lado de la cámara.
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