Notable película de venganza que encuentra sus mejores bazas en la recreación de los ambientes más degradados de las grandes ciudades y en el buen trabajo de los actores.
Sorprende que el debut en la realización de largometrajes del actor Raúl Arévalo vaya más allá de la mera ilustración en imágenes de su guion. El protagonista de La isla mínima ofrece en Tarde para la ira, su primer trabajo como director, una película donde la suciedad moral de la historia y sus personajes también se cuela en el envoltorio visual.
No es casual que se haya optado por una fotografía donde se percibe sin dificultades el grano y aparezcan los colores un tanto apagados. Tampoco lo es el casi regodeo en la fealdad con la que están retratadas las zonas más degradadas de las grandes urbes o el vulgar hotel de carretera donde pernoctan los protagonistas. Incluso hay una especial atención en mostrar las imperfecciones de los cuerpos de sus actores, enseñando sin pudor sus arrugas, sus carnes fláccidas y sus pechos caídos.
En resumen, Arévalo ha sabido crear en Tarde para la ira una atmósfera enrarecida y viciada que sirve de excelente marco para una historia de venganza labrada durante años.
Por otra parte, el libreto, que firma el propio Arévalo junto a David Pulido, perfila perfectamente sus atormentados personajes, ofrece unos diálogos creíbles y salpica su trama de eficaces giros que sorprenden al espectador sin necesidad de acudir a las trampas más marrulleras.
También el argumento, que podría ser el de cualquier thriller coreano, consigue parecer totalmente autóctono gracias a la introducción de unas sabias pinceladas costumbristas.
La guinda de esta interesantísima ópera prima la pone un reparto en estado de gracia. Antonio de la Torre borda sin histrionismos el papel de un tipo marcado por un trágico pasado que quiere pasar página ajustando cuentas, mientras Luis Callejo aporta energía a ese ex convicto que se verá envuelto en un asunto turbio cuando pretendía rehacer su vida. No menos impresionante resulta el trabajo de Manolo Solo, espléndido en su encarnación de un delincuente de barrio, o una sorprendente Ruth Díaz, que acierta al inyectar genuina tristeza a un personaje que se ha cansado de sufrir.
Quizá la utilización de la cámara al hombro en algunos momentos o ciertos baches de ritmo desluzcan un poco el resultado final, pero no invalidan el que quizá Tarde para la ira sea uno de los largometrajes españoles más destacables de la cosecha 2016.
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