El debut en el largometraje de Luke Scott fracasa por la falta de originalidad de su guion, la escasa entidad de gran parte de sus personajes y un giro final bastante previsible.
Quizá Morgan no era el mejor largometraje para que Luke Scott demostrara que es algo más que el hijo del autor de Thelma & Louise o Black Rain. Casi todo evoca a los títulos más populares e influyentes de su progenitor.
La idea de un grupo de personajes que se enfrenta a una amenaza en un lugar alejado de la civilización remite a títulos de su padre como Alien, el octavo pasajero y Prometheus, dos de los trabajos más populares de Ridley Scott.
Crítica de Morgan
Es cierto que Morgan, a diferencia de aquéllas, tiene lugar en la Tierra y no existe una entidad alienígena que amenace al equipo protagonista, pero no es menos cierto que, como en los títulos citados, somos testigos de las peripecias de un puñado de personas que trabajan en un espacio apartado y al servicio de una empresa que parece anteponer sus intereses mercantiles a la integridad de sus empleados.
No obstante, quizá el elemento en el que el filme evidencie más la herencia del familiar del director sea su forma de abordar la inteligencia artificial. Como en los mencionados largometrajes protagonizados por xenomorfos, encontramos a seres con apariencia humana con oscuros propósitos. Por otra parte, al igual que Blade Runner, la película plantea algunas preguntas recurrentes en los largometrajes que abordan la existencia de aquellos entes que imitan la conducta de hombres y mujeres de carne y hueso: ¿Qué nos hace ser considerados como personas? ¿Es nuestra condición de pertenencia a una especie o la capacidad para pensar y sentir?
Sin embargo, no solamente la influencia de Ridley Scott se cierne sobre su hijo Luke. La cinta se parece en más de un aspecto a la notable Ex Machina. Como en el trabajo firmado por Alex Garland, la trama de Morgan se desarrolla en un particular búnker en una zona boscosa y tiene como protagonista a un ser de apariencia femenina y malos propósitos que juega con los humanos.
Sin embargo, la falta de ideas propias no es el principal problema de este debut. El director es incapaz de crear la necesaria atmósfera enrarecida, su guion resulta bastante previsible y los personajes, especialmente los secundarios, son meros monigotes que aparecen y desaparecen de manera bastante caprichosa.
Tampoco el estupendo reparto consigue brillar demasiado. Actores competentes como Paul Giamatti, Michelle Yeoh o Jennifer Jason Leigh poco pueden hacer con unos roles que no van más allá del esbozo.
Solamente la escalofriante frialdad con la que abordan sus respectivos papeles unas adecuadas Anya Taylor-Joy, que da vida al ser engendrado en laboratorio que da título a la película, y Kate Mara, en el pellejo de una evaluadora de la empresa que ha financiado la creación del particular humanoide, aportan algo de inquietud a una ópera prima mal construida y escasamente valiente.
Crítica de Julio Vallejo Herán