Puntuación:
La química entre Andrew Garfield y Florence Pugh es lo más destacable de una bonita y previsible historia de amor y muerte.
Love Story fue uno de los grandes éxitos del estudio Paramount y, sin ninguna duda, una de las películas más comerciales de los años setenta. Desde entonces, las relaciones amorosas marcadas por la enfermedad de uno de sus miembros se han convertido en un subgénero. Por ejemplo, gran parte de las adaptaciones de novelas románticas de Nicholas Sparks han mezclado habitualmente amor y muerte de manera habitual.

El director irlandés John Crowley, firmante de Brooklyn, realiza su incursión en el subgénero con Vivir el momento. Nick Payne, firmante de libretos para la serie The Crown o de largometrajes como El sentido de un final, nos adentra en la historia de una pareja que verá cómo su felicidad se ve truncada por la enfermedad terminal de ella. A todo ello hay que añadir la hija pequeña de la pareja.
Tenemos todos los elementos para una película lacrimógena, aunque sus responsables intentan que el filme esté por encima del mero melodrama más facilón. Lo primero es optar por una narración que huye de la linealidad y donde se alternan diferentes épocas. Por otra parte, incluyen numerosas dosis de humor que rebajan un tanto el componente más trágico.

No obstante, quizá lo mejor del largometraje sean las estupendas interpretaciones de Andrew Garfield y Florence Pugh, que logran hacer creíbles a esas dos personas enamoradas. Sus miradas añaden autenticidad a una historia no demasiado original, pero que gracias a ellos se encuentra por encima de la media.
En resumen, Vivir el momento es una cinta descaradamente comercial que, sin embargo, logra imprimir algo de distinción a un material de base que ya se ha utilizado en infinidad de telefilmes y obras para la gran pantalla.
