Crítica de cine. ‘Tabú’.
Hoy en día lanzarse a realizar una película tan poco convencional y comercial es difícil pero no imposible, y para muestra ‘Tabú’ de Miguel Gomes. Incorpora algo que muchos dicen que está de moda, volver al cine en blanco y negro y mudo. Pero en esta cinta se mezclan varios de estos aspectos en distintas fases, y variantes, no toda la película está llena de estos requisitos, ni toda es en blanco y negro, ni toda muda, está dividida en tres partes y cada una tiene sus características, y las tres se unen por un eje principal, ese monte y su protagonista.
Aurora ha pasado muchos años de su juventud en una antigua colonia portuguesa en África, donde vivió varios amores, unos de ellos prohibidos y que le marcará el resto de sus días. En la actualidad vive anclada en un presente imaginario con una vida irreal al lado de una criada de Cabo Verde, una hija que no le presta demasiada atención y su vecina Pilar que aguanta junto con su criada la altivez que una vez tuvo y que en estos momentos sustenta sus delirios diarios, y en unos de ellos justo antes de su muerte dirá un nombre, el de la persona que a ambas les hará comprender el comportamiento de Aurora.
En este caso el título tiene un doble sentido esa montaña de Mozambique que da nombre al film y al mismo tiempo el significado propio de la palabra: actividad o costumbre prohibida, moralmente inaceptable, impuesta por una sociedad, grupo humano o religión. Esa historia de amor fragante y eterna en el tiempo que posiblemente según algunos no hubiera tenido que suceder y que por ello mismo se esconde en las almas de los amantes eternamente sin poder dejar salir a la luz sus sentimientos, prisioneros de unas emociones que les marcarán de por vida, dejando su corazón y razón marcados.
Queda patente que todo lo que sucede en nuestro pasado marcará nuestras vidas, situaciones y sobre todo nuestro carácter y nuestro futuro, ese que nos fraguamos día a día con el devenir de los actos, muchas veces no meditados pero si ejecutados con la vehemencia que nos da el tiempo, el ímpetu y la pasión de la personalidad de cada época.
Hay recuerdos que nos deleitan, nos dan armonía y felicidad en la vida, y los hay que marcan, que mortifican, que doblegan la personalidad hasta la muerte, como controlar que los segundos no nos invadan la vida y nos hagan sumirnos en una profunda confusión que no nos deja razonar con claridad. Esto es lo que le pasa a la protagonista que su pasado no le deja vivir, porque al final lo que ella realmente quiere es volver a él, su propia felicidad cambio su rumbo de vida y perdió algo que nunca más pudo recuperar, a ella misma.
La calma de narración del guión contrarresta con la avalancha de sentimientos que desprenden estas mujeres. Porque cada uno tiene su historia y se mezclan y entrecruzan como engranaje de un puzle que el director maneja a su antojo. El amor de Aurora prohibido se vuelca y se ve reflejado en el que Pilar quizá pueda tener y no tenga por una represión personal y una sociedad que la marca. La criada no tiene vida propia, su vida es Aurora y sus desaires continuados que aguanta estoicamente; sobre todo que respeta el no saber por qué su señora es así, la comprende aunque no la entiende, su mirada trasmite impotencia ante situaciones creadas.
Me sorprende, y al mismo tiempo me alegra, que en muchas de las últimas películas estrenadas se exponga en el guión, de manera abierta, muchas enfermedades psiquiátricas. Parece que nos hemos quitado ese tabú, de hablar de ellas y las tratan con naturalidad, está bien que la sociedad se quite ese estigma de encima.
Concluyendo estamos ante una película llena de sentimientos, de emociones guardadas por no sufrir más, de historias no finalizadas que harán que la vida fluya como tenga que ser no como se quisiera. Y sin olvidarnos de esa parte técnica recordando y homenajeando por parte del director a un cine de siempre ese cine negro y mudo que consigue trasmitir con la sencillez de la imagen.
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