Saber que una película se llama “La mula” y que está ambientada en tiempos de guerra (siendo española, enseguida se deduce a qué guerra en particular nos referimos) activa instantáneamente una serie de referentes; sobre todo el realismo negro de Berlanga y su “Vaquilla” o el tono épico-valeroso del “War Horse” de Spielberg.
Sin ser ninguna de las dos cosas, “La mula” consigue ser una versión imperfecta de una improbable combinación patria de ambas, una película sobre la guerra civil española que parte del humor de la vida cotidiana a este lado del frente (nacional) para moverse también por los caminos del melodrama y la tragedia (y salir airosa del intento).
Michael Radford (ecléctico cineasta detrás de otras como “El cartero y Pablo Neruda”) se convierte, sin ser de aquí, en uno de los pocos que se han atrevido a ambientar su historia en plena guerra y no en los grises e infinitos días de la posguerra.
Las batallas, eso sí, son sustituidas por una representación cuidadísima de un pueblo andaluz tras el frente nacional, en el cual un Mario Casas de sorprendente acento interpreta a un joven soldado que se enamora, alternativamente, de una mula y de una joven rica (una María Valverde en ocasiones forzada); el actor gallego vuelve a demostrar, tras su esfuerzo en “Grupo 9”, que tiene grandes potencialidades más allá de los chillidos de las hordas de adolescentes, ganándose la película con un registro que va de la risa al llanto.
Iniciándose, pues, como narración relajada e irónica de las pequeñas historias cotidianas vividas por unos nacionales que hacía años que no aparecían tan humanizados (no en vano el autor del libro en el que se basa el filme es Juan Eslava Galán, con el que tuvimos una interesante Entrevista, con una trayectoria conciliadora en aquello de adivinar quiénes fueron los buenos y quiénes los malos), “La Mula” es también comedia romántica cuando junta a Casas y Valverde, drama cuando muestra los esfuerzos titánicos del primero por conseguir esa mula, tan alejada de las consignas heroicas del frente, tragedia cuando el destino del protagonista se ve unido irremediablemente al del animal.
Huyendo de la grandilocuencia y mostrando que más allá de la muerte había vidas (las de unos soldados que lo único que quieren es irse a casa, entre los cuales hay que destacar a Secun de la Rosa), la película aborda el espinoso asunto con humor y humanidad, sin perderle el respeto a nadie pero sin mistificar un hecho histórico que parece que nadie se atreve a poner de verdad sobre la mesa, ocupados unos en enterrarlo y otros en elevarlo al cielo como fuegos artificiales.
En tono y guión (aunque el folletín esté, en ocasiones, a la vuelta de la esquina), “La mula” es muy eficaz, las actuaciones van a la par y la ambientación es excelente.
Y lo recalcamos porque muchos deslucirán estos aspectos, dado que la película viene con un lastre particular: un rodaje, como mínimo accidentado. Efectivamente, la marcha de Radford a una semana de acabar de filmar (por desavenencias económicas que no vienen al caso) y litigios posteriores con la productora han retrasado varios años el estreno de una película que se rodó en 2009.
El duro camino recorrido se hace explícito cuando resulta que el producto final es una combinación de escenas de celuloide y vídeo, que en ocasiones sufren de un montaje a trompicones que parece haber pasado por muchas manos.
Aunque, si uno se enamora de la mula, de todo eso no se va a dar ni cuenta.
Una Crítica de cine de Ricardo Jornet.
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