domingo , diciembre 3 2023

Te recomendamos: Twin Peaks, el pueblo vintage donde deberías veranear

Esta es la serie de culto de David Lynch sobre la que habrás oído hablar si tienes algún ascendente vivo.

Bienvenidos a Twin Peaks

Preludio. Amanece en Twin Peaks, un pequeño pueblo al norte de EEUU flirteando con la frontera canadiense. Parece un día apacible como los otros que le precedieron. Exactamente, parece. Pero las apariencias engañan y el director David Lynch es un maestro del engaño y los retorcidos y laberínticos juegos mentales son su «marca de agua». Ese día que iba camino de ser como los demás, se torna pronto en pesadilla para todos los habitantes de esa pequeña población, consternados ante el reciente fallecimiento de Laura Palmer una de las jóvenes más queridas por sus constantes interacciones y apariciones en sociedad.

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A partir de aquí, comienza un proceso de investigación con la aparición de un detective del FBI (notabilísimamente caracterizado por  Kyle MacLachlan, premiado con un Globo de Oro por dicho papel) que liderará una búsqueda de las pistas que le lleven hasta el asesino de Laura. Durante dicho trayecto, recorreremos un sinuoso camino de la mano de las fuerzas de la ley y visionando todo lo que ocurre de forma panorámica en cada rincón de ese recóndito pueblo, conformando una pintura realista y detallada que va muchísimo más allá del culebrón de telenovela. Ese camino atravesará zonas bien iluminadas y pertenecientes al mundo de lo real y otras más oscuras pertenecientes al mundo de lo sobrenatural, lo onírico y lo que realmente hace a Twin Peaks algo más que una decente trama de intriga detectivesca y cotilleos entre vecinos. Ese becqueriano juego prestidigitador entre ambos mundos, es una de las claves que conforman la identidad de Twin Peaks.

El mito. El hecho de que Twin Peaks esté precedida por el misticismo le otorga un indudable valor añadido a una producción que ya de por sí es notablemente buena.  Los episodios (salvo los que inician cada una de las dos temporadas de hora y media a modo de introducción al fascinante pueblo y la dinámica que lo preside) duran en torno a los 45 minutos, un tiempo que se hace mucho más liviano que series de 20-30 minutos gracias a la calidad de su manufactura y a los planos/escenas largas con sustancia, diálogos importantes dónde prima tanto lo que se dice como lo que no (la expresividad y la comunicación no verbal, claves) y en definitiva episodios en los que se mantiene al espectador dividido entre lo maravillado y la concentración milimétrica para observar el devenir de cada hecho y acontecimiento anotándolo en su propio bloc de notas mental, como si de detectives adoctrinados por la mismísima Agatha Christie se tratasen.

El peso de una vida. Otro de los pilares de la serie es que los hechos se localicen en una pequeña población recóndita y escondida del mundo, lo que acentúa su apariencia de secretismo y hermetismo. Un lugar tan íntimo en contraste con cualquier ciudad  le otorga precisamente esa mayor conexión entre sus personajes y entre el espectador y la realidad del pueblo. No tiene la misma repercusión la muerte de una joven en una gran ciudad que en un pueblecito prototípico. Muchas veces nos quejamos del doble rasero en el valor otorgado a los votos dependiendo de la circunscripción y el lugar donde habite el votante, esto se extrapola a la propia importancia y peso de las vidas y pérdidas humanas. Aunque parezca frío y chocante es la realidad: las vidas humanas tienen más precio y peso en un pequeño pueblo donde se da pie a entablar muchas más relaciones cercanas que en una gran metrópoli donde somos testigos del asfixiante paradigma de la soledad moderna, irónicamente nos sentimos solos en medio de toda una multitud que se siente sola igualmente pero teme comunicarle sus inquietudes al de al lado imbuida por su individualismo.

La democracia ateniense, a escena. Vivimos en un mundo donde la mayoría de series son protagonizadas por un par de personajes con carisma, y (salvo casos excepcionales como Breaking Bad) suelen ser más meritorias aquellas producciones en las que observamos una democracia interpretativa, es decir, cada personaje tiene un peso equitativo al del resto (aproximadamente). Que un personaje no parezca un mero y plano figurante sin apenas repercusión en la trama sino todo lo contrario, que cada persona sea una mariposa cuyos aleteos generen ondas en el apacible lago que les conecta a todos y simboliza la trama.

El elenco de Twin Peaks.

The Wire (aunque en su caso retrata más exhaustivamente a toda una ciudad desde los ghettos a las altas esferas) es junto a Twin Peaks uno de esos escasos ejemplos en los cuales asistimos al espectáculo de contemplar como cada integrante de esa orquesta tiene sobre sus espaldas la responsabilidad de tocar una nota sin la cual se caería el resto de la composición sinfónica. Esta serie es, por tanto, una melodía (tan pegadiza como su propia BSO, que llega a coquetear con un magnetismo insondable) imperecedera dependiente del desempeño de todo un reparto (y no sólo del carisma de uno o dos solistas) y sobresalientemente dirigida por un Lynch que ya daba sus primeras señales de vida en televisión firmando una obra irrepetible, presa de su tiempo, atrapada y condenada a exhibirse una y otra vez en el aparato reproductor seleccionado y a mostrar sus grandes virtudes ante un público ensimismado, consciente de que está contemplando algo de proporciones tan míticas como impenetrables y que quiere memorizar cada detalle de cada episodio.

Epílogo. Twin Peaks es un drama rural marcado por el surrealismo de algunos de sus pasajes (los más recordados). Una obra coral  firmada por el siempre controvertido David Lynch (junto a Mark Frost). Es la serie que oyes recomendada gracias al boca-oreja y que tus padres probablemente hayan ensalzado alguna vez.  La serie que mantiene al espectador en plena vigilia, sometido a visiones reales y oníricas que le dejan prendado del televisor. Pleno verano, la gente presume de un tiempo libre que no es tan tiempo ni tan libre (puesto que al final los días vuelan sin piedad del cada vez más menudo calendario) y muchos pasan sus vacaciones en sus respectivos pueblos. Otros no tenemos tanta suerte.

No obstante, para ambos por igual, Twin Peaks es un lujo necesario. Tanto para aquellos que pueden comparar las vivencias de la serie con las de su propia población (menos terrorífica, esperemos) como para aquellos que tienen la oportunidad de veranear en un pueblo virtual como este.  Que lo vintage no os aleje de disfrutar de uno de los grandes placeres televisivos. Dejad la piscina a un lado durante unos momentos y meceros suavemente en la implacable y veleidosa corriente de Twin Peaks.

Audrey Horne.

 

Acerca de Sergio G. Arias

Estudiante de Periodismo. Pienso, luego escribo. Colaborador en https://www.cineralia.com/ y Redactor en http://www.elfutbolesinjusto.com/ y http://www.loslunesseriefilos.com/

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